lunes, 21 de enero de 2013

El amor



Esta es una historia sencilla. Una historia sin nada especial. Una historia como las miles de historias que podemos encontrar dentro de ese magma de seres anónimos que formamos los habitantes de las ciudades y pueblos. Una historia enmarcada en calles, asfalto, teléfonos, edificios, bares, oficinas, coches, ruido. Una historia, como tantas otras, de miedos, tristezas, sueños y pequeñas miserias.
Una historia que, probablemente, no le importa a nadie.
Dudo que mucha gente se sienta identificada con ella, que aprendan algo, que encuentren en ella un referente, un punto de inflexión a través del cual puedan reflexionar sobre sus propias vidas. Con ella no pretendo sentar ningún tipo de cátedra, sólo hablar de algo cotidiano, fútil, banal… incluso trivial si quieren. Y es cotidiano porqué esta historia trata sobre el amor. Y no, no se confundan, no he querido decir que les voy a contar una historia de amor; sólo voy a hablarles del AMOR en mayúsculas. Así de simple. Así de complicado.
Siempre he pensado que el amor es lo más abstracto que existe. Y es así porque se sustenta en las emociones y estas, como bien saben, son tan variadas como los seres humanos que habitamos este planeta. Muchos han intentado racionalizar el amor y no han logrado aportar absolutamente nada para aclarar ese misterio. Muchos han escrito sobre su visión del amor y, simplemente, nos han dejado obras maestras de la subjetividad. Nada es aplicable, nada es generalizable cuando se habla de ese sentimiento. ¿O tal vez si?
El amor se sustenta en dos pilares fundamentales: la pasión y la consecución de un proyecto vital común. Y lo más paradójico es que hay muchas relaciones que subsisten sólo con uno de ellos. Incluso me atrevería a afirmar que muchas lo hacen sin tener ninguno en el que apoyarse. Aunque eso le pasa a una gran parte de la gente, lo cierto es que son necesarios los dos; ambos son los que articulan el nirvana de la felicidad pero, por extraño que parezca, también el infierno del sufrimiento. Lo demás es sólo confundir el amor con otros sentimientos que nada tienen que ver con ello.
Cuando se siente pasión y no existe un proyecto común hablamos de algo tormentoso, del caos más absoluto y desbordante. Es entonces cuando los celos, el deseo, la ira, la necesidad, el desprecio y el dolor articulan una unión que sólo puede perdurar durante una cantidad muy limitada de tiempo. Son aquellas relaciones propias de los que yo defino como yonkies de las  oxitocinas, de esos seres humanos que cargan sus particulares riñoneras de medias verdades, falsas promesas y sueños rotos. Estas relaciones duran hasta que la necesidad desaparece, que no la adicción, y es entonces cuando uno, o los dos al unísono en función del grado de dependencia, van en busca de una nueva dosis, de una nueva vida, de una nueva falsa promesa de rehabilitación.
Existen relaciones pasionales que duran mucho más tiempo. Que se prolongan durante años y años. La historia de la humanidad está llena de ellas. Su esencia es irracional como tantas y tantas cosas en la vida. ¿Por qué nos emocionan canciones en inglés de las que no entendemos la letra? Por qué son capaces de removernos, de evocarnos, de provocar que algún resorte se muevo dentro de nuestro cerebro límbico. Lo mismo pasa con estas relaciones, que funcionan por parámetros que no se pueden explicar ni entender y que resultan difíciles de asimilar incluso para aquellos que están inmersos en ellas. Evidentemente la falta de un proyecto común acaba generando, como no podía ser menos, frustración y dolor. Pocas se perpetúan y las que consiguen hacerlo es, o porqué por fin aparece un camino de baldosas amarillas que nos lleva a un reino mágico, o por qué esas personas logran converger en un desmosoma maravilloso e inexplicable hacia la felicidad. O al menos hacia ese grado limitado de felicidad al que podemos aspirar los seres humanos.
Por un proyecto vital entiendo ese punto de correlación, complementariedad y visión de futuro conjunta que necesita toda relación afectiva. Es reírte de las mismas cosas incomprensibles y poco decentes, soñar con paraísos terrenales, disfrutar de elementos rutinarios que incorporas a tu vida. Es un futuro que deambula por una línea en la que la empatía, la afinidad y la química material, que muchas veces también es emocional, marcan la pauta.
Cuando existe sólo un proyecto vital compartido las cosas son muchos más banales. También más fáciles. Es entonces cuando estamos a gusto, cuando nos encontramos cómodos, cuando nuestra vida es como la de todos: hipoteca, piso, muebles, coches, playa, comuniones, pollas semi erectas, orgasmos fingidos, bendita rutina, calma chicha.
Comodidad, tranquilidad.
Hay personas emocionalmente castradas que necesitan eso.
Hay otras que por miedo e ignorancia nunca aspirarán a nada más. Para ellas la pareja no es más que una cantidad cuantificable y absurda de cosas, hábitos y rutinas que configuran una vida; una existencia. Generalmente se sienten bien ya que están convencidos, de forma no siempre consciente, que eso es la felicidad y lo que uno ha de hacer tener  para convertirse en una persona de bien y socialmente aceptada. Lo triste es que ese autoengaño lo hacemos única y exclusivamente para no estar solos y para  sentirnos supuestamente queridos. Y lo trágico es que en la mayoría de las ocasiones nos creemos nuestras propias mentiras. A fin de cuentas somos animales sociales.
Lo más paradójico de todo es que un proyecto vital, desde el más simple hasta el más complejo,  matizado e incomprensible, requiere de la pasión para funcionar como un todo. Y la pasión se acaba sin un proyecto vital. Así es la vida.
Al principio les he dicho que esta era una historia sencilla y nada especial sobre el amor. Pero su escasa trascendencia no quiere decir que no sea importante. Y lo es por qué la miro desde el egoísmo de mi más absoluta subjetividad e individualidad.  Esta es una historia de pasión y de falta de ella, de proyectos vitales y de la ausencia de ellos. Esta una historia de felicidad y de dolor, de alegría y de tristeza. Una historia que, aunque sea como tantas otras, a todos nos afecta.