miércoles, 24 de septiembre de 2008

PLÁCIDO



SINOPSIS: En una pequeña ciudad de provincias, unas señoras se inventan la campaña navideña "cene con un pobre", para que los más necesitados disfruten por una noche del calor y el afecto que no tienen, sentados a la mesa de las familias pudientes. En medio de los preparativos se encuentra Plácido, que es contratado para participar con su motocarro en la cabalgata, pero hay un pequeño detalle que le impide dedicarse únicamente a su tarea: ese mismo día de Nochebuena le vence la primera letra del motocarro, su único medio de vida.

COMENTARIO: El que suscribe, que tenía cinco años cuando murió el Francisco Franco y que ha pasado toda su vida viviendo en democracia, no puede dejar de sorprenderse ante lo que nos muestra una película como Plácido. Y es que no puedo acabar de entender como la censura de la época, que prohibía las cosas más absurdas y ridículas, permitió que este film llegara a las carteleras españolas. La película es una cruda y despiadada parodia de una sociedad hipócrita, egoísta, mezquina, que vive de las apariencias y que permanece adocenada dentro de una realidad triste y gris. Imagino que ese humor negro, tan habitual en nuestra forma de ver la vida, y la sutileza con la que realiza determinadas críticas, lograron que los censores, señores más bien cortos de entendederas, pasaran por alto lo que era, a la postre, un palo en toda regla al sistema y los que formaban parte de él.
La cinta no deja títere con cabeza. Las clases pudientes son retratadas como un conjunto de hipócritas beatos a los que sólo les importa las apariencias; la clase media son un conjunto de seres mezquinos dispuestos a todo por quedar bien con los primeros; los obreros, encarnados por Plácido, seres egoístas que se limitan a hacer lo que pueden por sobrevivir. Por último los pobres, nos son mostrados como seres miserables que se limitan a observar lo que pasa con escepticismo y sin enterarse absolutamente de nada. A este respecto, la secuencia en la que el mendigo está a punto de morir resulta modélica. En ella vemos a la familia organizadora preocupándose únicamente del estado civil del mendigo, la anfitriona de colocar sábanas de hilo y del aspecto de su asistenta, Plácido de cobrar para pagar la letra, al tiempo que el pobre, encarnado por el extraordinario Luis Ciges, se limita a mirarlo todo mientras se come las sobras de la cena. Sencillamente extraordinario.
Berlanga ambienta su película en una anónima ciudad de provincias. Este pequeño entorno le sirve como microcosmos para presentarnos a un buen número de personajes a los que retrata sirviéndose exclusivamente de los pequeños detalles. Este es uno de los grandes aciertos del director: el ser capaz de generar un microcosmos pleno de sentido en el que participan infinidad de personajes que son, a la vez, un impagable catálogo de los mayores defectos de nuestra sociedad. A ello, que es un trabajo fundamentalmente de guión, ayuda un casting inmenso en el que cada actor comprende a la perfección los registros que le ha de ofrecer a través de sus personajes.
La película se estructura en cinco grandes bloques que se ambientan en diferentes escenarios de la ciudad, tan prototípicos como representativos de la realidad de la época. En ellos se cruzan todos los personajes, lo que da pie a que contemplemos uno de los grandes temas que trata Berlanga con la película: la falta de comunicación. Los personajes son incapaces de ponerse de acuerdo entre ellos, no se escuchan y cada uno defiende sus propios intereses sin empalizar con los de los demás. La magistral secuencia en la que el pobre se niega a casarse y la señora rica le mueve la cabeza obligándole a asentir, es muy significativa: en el fondo lo que importan son los intereses individuales, el propio beneficio y la necesidad de ofrecer una imagen que no se corresponde con la realidad. La cinta está llena de dobles sentidos relacionados con esta idea: la falta de compromiso del banco a la hora de conservar la letra, la llegada de actores de tercera fila y no las grandes estrellas que habían prometido, la subasta cargada de hipocresía y necesidad de aparentar, o la magistral secuencia en la que el locutor se inventa el diálogo entre la artista y el pobre, mientras estos improvisan una conversación tan surrealista como divertida.
Lo más brillante de la película es que, aunque todos quieran aparentar, al final cada uno se queda con sus propias miserias. Nadie progresa, todo queda como estaba. La frase final de Plácido, cuando recuerda que el próximo mes se verá en el mismo fregado por culpa de la letra, nos muestra que todo sigue igual, que nada cambia, que la hipocresía ha sido el único valor que ha predominado durante toda la noche y que los personajes volverán a sus miserables vidas de provincias en una España tan gris como la extraordinaria fotografía de Francisco Sampere que los retrata.
Berlanga dio un salto cualitativo con esta película. Dejando parcialmente de lado sus intereses estéticos por el neorrealismo, que se mantienen en la fotografía y la banda sonora, decide acercarse más a la tradición del esperpento y la comedia negra española como vehículo para retratar no tanto historias, que no le interesan demasiado, como una sucesión de situaciones que conjuntadas ofrecen un discurso lógico y coherente.
Este cambio estilístico también se ve en la puesta en escena. Berlanga opta abiertamente por estructurar su película a partir de largos planos secuencia que no sólo serán una marca de fábrica a partir de entonces, sino que le servirán para mostrar con todo lujo de detalles el universo de personajes que pueblan sus ficciones. El director le da absoluta libertad a un plantel de actores impresionante (grandiosos José Luis López Vázquez, Julia Caba Alba, Manuel Alexandre, Elvira Quintillà, Amelia de la Torre) que dotan a sus personajes de una humanidad y espontaneidad envidiables. Uno no puede menos que sorprenderse por la solvencia de unos intérpretes que, sin afán por destacar, eran capaces de algo tan sencillo como era vocalizar y recitar sus diálogos a la perfección. Vamos, igualito que lo de ahora.
Esta presunta dejadez en la estructura formal de la película, no ha de ser óbice para reconocerle al director sus logros a la hora de plantear la puesta en escena. Desde esa imagen inicial en la que la puerta del lavabo se encadena con la del banco, pasando por los elementos que coloca en un segundo plano y que complementan y enriquecen el discurso de la cinta, llegando a su decisión de reservar los primeros planos sólo para aquellos momentos de la película que realmente lo requieran, todo en ella funciona a la perfección.
Plácido es una obra maestra y una película de una importancia cumbre en nuestra cinematografía. Berlanga logró aunar como nunca fondo y forma a través de una historia en la que se habla, y muy claro, sobre la situación de un país que vivía en una auténtica caverna política, moral y emocional. Con Placido el director valenciano lograba por primera vez ofrecer un producto inmaculado que se adaptaba perfectamente a su particular filosofía y forma de entender el mundo. Tras esta película, vendría El Verdugo, una cinta que le reafirmaba en la misma línea ideológica y estilística, y gracias a la cual el director se convirtió en uno de los grandes nombres del cine europeo. Pero eso ya es otra historia.

LO MEJOR: Todo
LO PEOR: Nada

TRAILER

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