miércoles, 31 de agosto de 2011

¿ES EL CINE EN TRES DIMNSIONES UNA TOMADURA DE PELO?

Antes de cualquier otra contingencia quiero pedir disculpas por un titular tan explícito como este. Pero es que no se me ocurría otra forma de encabezar un artículo de opinión en el que, como haré a continuación, daré mi particular opinión sobre el fenómeno de las tres dimensiones que se ha puesto tan de moda a partir del apoteósico éxito de Avatar. Y es que no hay que ser muy avispado para darse cuenta de que tras esta tendencia no hay más que una soberana y monumental campaña de marketing. Hace unas meses decidí ir al cine Bosque de Barcelona a ver El sicario de Dios. Mi idea era visionar una cinta de ciencia ficción, basada en un prestigioso cómic coreano y con la que, siendo consciente de que no era ni mucho menos una obra maestra, esperaba pasar al menos una hora y media de entretenimiento y evasión. Vamos, exactamente lo que yo necesitaba en aquellos momentos.
Cuál fue mi sorpresa al llegar a taquilla y comprobar que la película sólo se proyectaba en tres dimensiones. Aunque era Miércoles, día del espectador, la entrada me costó mis buenos 8 euros, tres más de lo habitual. Como no llevaba gafas, tuve que desembolsar un euro más para poder ver la película en condiciones. En resumen: nueve euros para ver una cinta de presupuesto medio, calidad más que dudosa y que sólo me iba a proporcionar sano entretenimiento. Y afortunadamente no me gustan las palomitas.
La película era exactamente lo que esperaba, un espectáculo inocuo que se olvida tan rápidamente como se consume. El gran problema es que las tres dimensiones no servían ni aportaban absolutamente nada; ¡Pero nada de nada! Lo más triste es que esto me ha pasado con la inmensa mayoría de cintas que he visto en este formato. Airbender, Thor, Torrente 4 o Furia de Titanes son cintas a las que el nuevo formato ni mejora ni empeora, films que estaban pensados y planificados para ser proyectadas en dos dimensiones y a las que la moda y la codicia de los productores han transformado en un espectáculo tan vacuo como caro para el espectador. Y dejo de lado el tema de la animación para niños, porque eso sería para dar de comer a parte (me da algo cada vez que pienso que me dejé, entre entradas, palomitas y Coca Colas, treinta euros para ver un bodrio tan infumable como el Oso Yogui ¡Lo que hay que hacer por los hijos!).
En estos tres años en los que las tres dimensiones se han normalizado en nuestras carteleras, sólo he visto dos títulos en los que no me he sentido timado o estafado: Avatar y San Valentín sangriento. Mientras la primera era una cinta pensada, planificada y filmada en función de ese formato, y eso se nota, la segunda era una serie B de terror que al menos lograba epatar al espectador con las 3D. En el resto de los casos su utilización era absolutamente prescindible.
En los años ochenta se pusieron brevemente de moda las tres dimensiones. Les hablo de aquellos tiempos en los que las gafas no eran esas lentes polarizadas de plástico que no dan ahora, sino unas cutreces de cartón blando con unas lentes configuradas por sendos celofanes de color rojo y azul. Recuerdo que la primera película que vi en ese formato fue la tercera parte de Viernes 13. A ella les siguieron un par de producciones terroríficas de bajo presupuesto cuyo título no recuerdo, y la cuarta parte de la saga Emmanuelle protagonizada por Sylvia Kristel. Fue una moda efímera y muy pronto desapareció por completo de las pantallas. A partir de ese momento las tres dimensiones se convirtieron más en una atracción de feria que en otra cosa. Los cines Imax o determinados parques de atracciones temáticos fueron los únicos que siguienron creyendo en un formato cuya producción era eminentemente documental.
Y llego Avatar. Y todo cambio.
Personalmente considero que esto no es más que una moda. Estoy seguro que con el tiempo las cosas se regularán y que, aunque el formato tendrá una presencia más o menos continuada en los cines, esta se limitará a películas en las que las tres dimensiones tengan algún sentido; ya sea como elemento narrativo, ya sea como estrategia para potenciar un espectáculo que despierte la curiosidad de los espectadores. Como ejemplo de esto último tenemos el enorme éxito que está cosechando en toda asía Sex and Zen, una película de corte erótico donde las 3D se limitan a potenciar los atractivos que, a priori, tienen las cintas pertenecientes a este género.
Por lo que a mí respecta, me retiro de las 3D hasta que no tenga la garantía de que el producto merece realmente los 11 euros que tengo que desembolsar por el. Vamos, que no me toman más el pelo con películas de medio pelo cuyo formato ha sido modificado rápido, mal y en sabe Dios que laboratorio cinematográfico de la India. Por ello durante todo el verano me he negado a ver una película en ese formato. Y mira que han estrenado unas cuantas.
Y es que no todo vale con tal de acercar a los espectadores a las salas.


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